En nuestros primeros años en la escuela estudiamos que en la tierra hay tres grandes reinos: el reino mineral (rocas, arena, agua), el reino vegetal (hortalizas, flores, árboles) y el reino animal, en el cual estamos incluidos los seres humanos. A nivel biológico la humanidad es una más de las muchas especies animales que habitan en el planeta.
Todas las especies animales tienen como objetivos esenciales reproducirse para no desaparecer, mejorar su adaptación al medio en el que viven, perfeccionar su capacidad de obtener alimentos, etc. Los seres humanos, como especie animal que somos, tenemos esos mismos objetivos, pero disponemos de una cualidad singular que nos hace únicos entre todos los individuos del reino animal: poseemos conciencia. Tenemos la capacidad de recordar el pasado; de reconocer el presente que estamos viviendo, y también disfrutamos del potencial de proyectar el futuro que deseamos, tanto a nivel individual como colectivo.
Tener conciencia nos permite dirigir la atención y los esfuerzo al desarrollo de los talentos internos que anidan en nuestra alma, como son el sentimiento de unidad con los seres de nuestro entorno, la capacidad de acoger y ayudar al que afronta una adversidad, la facultad de trasmitir amor con solo una mirada…
Estos dones —los más hermosos de la Creación— continúan inertes en nosotros aguardando a ser activados. Son como semillas que permanecen dormidas en el alma de todo ser humano. Cada persona ha de germinar, cuidar y proteger las suyas para que cada día se desarrollen más y puedan mostrarle a él y a los demás la belleza que albergan. Este, y no otro, es el verdadero sentido que tiene la vida de un ser humano.