CategoriaHistorias que nacen del vacío

LA CHEPOSITA (UNA MUJER ÚNICA)

En mi ciudad hay un parque con dos hileras de árboles de gran porte —ficus de más de 200 años de edad— y casi todos los días paseo entre ellos, caminando varias veces de un extremo al otro. Ese deambular sintiendo la belleza del lugar, y por qué no decirlo, hablando con los árboles o sentándome un rato en un banco a ver pasar a la gente, me llena de paz y sosiego.

Hace unos años, en mi caminar de la mañana, ya cerca del mediodía, me crucé con dos mujeres que marchaban juntas. Una de ellas tendría entre 30 y 50 años (me es difícil precisar más su edad), en tanto que la otra era bastante más joven. La mujer mayor, delgada y de muy corta estatura, lucía una melena abundante de color negro intenso. No era una persona enana si no que tenía la columna aplastada, como si sus vértebras estuviesen incrustadas unas dentro de las otras. Sin apenas cuello ni pecho, daba la impresión de que su cabeza nacía directamente del abdomen. Era una de las personas más singulares que había visto en mi vida.

Yo la miraba de soslayo, con la mayor discreción para no incomodarla al saberse observada. Llegó un momento en el que apenas me separaban unos pocos metros de ella y su acompañante, y nuestras miradas se cruzaron. Ese contacto visual duró apenas una fracción de segundo, pero la huella que dejó en mí aún perdura. Continué paseando en dirección al extremo sur del parque aunque acelerando un poco los pasos con la secreta ilusión de poder verla otra vez al darme la vuelta, Leer mas

L A  N A D A

NUEVAMENTE SE PRESENTA EL ÁNGEL

Es otoño, tiempo de cosecha. Me hallo en un terreno abrupto y de difícil acceso, sentado en la tierra y con la espalda apoyada en una enorme encina salvaje. Mientras escucho el nostálgico trino de los colirrojos reales camino de África, el manso murmullo del viento apacigua mi mente. Es un territorio generoso en el que crecen de manera natural las encinas, los alcornoques y la paz. Cierro los ojos y permito que vaguen por mi mente hechos tristes y felices —más abundantes los primeros— de mi niñez, sin embargo pronto interrumpo ese desfile al sentir la presencia del ángel. Sin abrir los ojos le digo: “Adelante, Somiah, te escucho”.

Sin demora, el espíritu celeste comienza a hablarme:

—Me envía el arcángel Damohel. Mi misión consiste en conducirte junto a él, pero antes he de revelarte lo que es “la nada”, el lugar más singular de la creación. Al finalizar mi confesión permaneceré en silencio esperando tu respuesta. Si decides acompañarme te llevaré junto a Damohel, quien te comunicará el sentido de tu viaje y otros detalles que yo desconozco. Después te conducirá hasta la nada.  

LA NADA

Tras una breve pausa, tal vez para darme un tiempo de reflexión, prosigue:

—No es posible definir la nada; existe y no existe. Es un campo sin campo, un lugar sin lugar, un espacio sin espacio. Es tan grande como todo el universo y más pequeña que un átomo. En ella cabe todo, aunque nada alberga. Pese a contener los cuatro puntos cardinales, en la nada no hay norte ni sur, ni este ni oeste.

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EL JARDIN DE DIOS

E L   Á N G E L

Después de un día adverso en el que todos los sucesos se conjuran en mi contra, me acuesto temprano. Permanezco despierto mucho tiempo alimentando en la mente los incidentes de la jornada, hasta que ya extenuado se impone el sueño. Mi conciencia vaga por mundos inexistentes cuando una voz me despierta:

—Levántate, vamos a hacer un viaje— escucho desorientado.

A los pies de la cama, cerca de la ventana, resalta una silueta envuelta en un halo blanco azulado que juzgo un ángel con las alas plegadas. Su voz dulce y segura infunde confianza. Me visto en silencio, y agarrado a su mano salimos de la habitación. Él se guarece con una túnica azul claro de una sola pieza, sencilla y sin botones, con un par de aberturas en su parte posterior por las que irrumpen dos alas de color blanco radiante. Enseguida volamos surcando galaxias y cruzando un profundo espacio vacío que me llena de paz.

Durante el tiempo de la travesía ambos permanecemos callados y en ningún instante llego a mirar su rostro. Todo sucede muy rápido, y aunque no siento temor ni preocupación, sí me percibo desconcertado. Finalmente llegamos a un mundo surgido de la ausencia. Al posarnos en tierra el ángel me anuncia que más tarde regresaremos a casa, y con las alas recogidas se marcha andando por un camino cercano. Leer mas

LA CUEVA DE ÓNIX

Os ofrezco este relato o ficción (que de ambos modos puede ser llamado) con el ruego de que lo acojáis sin reserva. Tal vez a algunos pueda pareceros una fábula; a otros un simple cuento, e incluso habrá quien considere que es un narración curiosa aunque intrascendente. Ya os avanzo que en mí habita como cierto todo lo que aquí se refiere, si bien en varias cuestiones sin mayor trascendencia me he permitido diversas licencias literarias.

Nace esta historia un agradable día soleado de finales de Junio del año 2009, y desde entonces he sentido la necesidad de darla a conocer a todas las personas de alma sensible que buscan esos hechos que permanecen ocultos a sus sentidos físicos, y que al tropezarse con alguno de ellos se sienten colmadas por tener la confirmación de que lo sagrado y lo sobrenatural existe y está cerca, tan próximo que alargando la mano puede ser tocado. Ese fue mi caso en esta experiencia que ahora comparto con vosotros.

Aquel día de comienzos del verano, a media tarde, me encontraba en un hermoso valle sintiéndome en comunión con el paisaje que me rodeaba. La vereda por la que caminaba atravesó varios campos sembrados de flores. Las del primer prado eran todas de color rojo, tréboles escarlata, amapolas, silenes rojos…; a este le siguió un nuevo plantío rebosante de flores blancas, entre las que se distinguían prímulas, campanillas, jaras…; a continuación un tapiz azul con flores de achicoria, yerba de santa Lucía, campanillas azules…; más tarde el terreno estaba colmado de flores amarillas, dientes de león, margaritas, gordolobo… Por último el camino franqueó un campo algo mayor que los anteriores, sembrado de flores de los cuatro colores: rojas, blancas, azules y amarillas, entremezcladas sin guardar un orden determinado, componiendo un paño multicolor de gran belleza.

El camino, ahora convertido en una senda, ascendía por la ladera de una pequeña colina, y al llegar a la cima pude contemplar el encanto de los lugares por los que terminaba de pasar. En dirección Este se distinguía un pequeño bosque situado a un par de kilómetros de distancia. Leer mas

ME HABLA EL ÁRBOL DE CUENCA

Hace unos años mi mujer y yo pasamos unos días de vacaciones en la Ciudad Encantada, en Cuenca. En el viaje de regreso a casa nos desviamos de la carretera general y circulamos unos kilómetros por un camino de tierra que marchaba paralelo a un riachuelo. Así es como llegamos a un lugar solitario y mágico. Todo el terreno que veíamos entre el riachuelo y unas montañas allá a lo lejos estaba sembrado de cebada, ya próxima a ser cosechada.

En el centro de una gran parcela, rodeado por el cereal, destacaba un solitario y hermoso árbol: inmediatamente sentí su llamada, pero no pude encontrar una senda por la que acercarme a él. Le hablé desde la distancia, y antes de marcharnos mi mujer le hizo una foto que, ampliada, está en la pared frente a mi mesa de trabajo. A menudo le miro y le sonrío… Hoy me ha hablado:

«Sí, te recuerdo… ¿Cómo voy a olvidarte? Te vi buscando una senda para cruzar el sembrado que me rodeaba y poder acercarte para abrazarme y conversar… No pudo ser, fuiste respetuoso y no quisiste pisar las espigas. Te envié la señal de que te amaba, y tú Alma me respondió.

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“A TI, DE QUIEN ME SIENTO SEPARADO”

Salgo a pasear por mi ciudad y te veo. Tienes muchos rostros, diversas edades, vistes diferentes atuendos. Te siento separado de mí. Tú estás allá, y yo estoy aquí. Tú piensas, y tus pensamientos me son ajenos. Tú sientes, y yo desconozco cuál es tu sentir.

Aunque estemos abrazados, percibo una distancia entre los dos. Tu corazón y el mío no laten al unísono, señal de que somos dos seres separados. Esta es una prueba definitiva. Lo tengo claro: tú eres un Ser distinto de mí.

Sin embargo, esto que mi mente tiene por cierto se tambalea cuando escucho lo que trasmiten desde la antigüedad los hombres Sabios, los Santos y Maestros. Esas personas que al mirarlas percibes que son felices, que nada precisan, que sus palabras brotan de un corazón lleno de Sabiduría y Amor. Dicen que tú y yo somos uno; que tu esencia y la mía es la misma; que Dios está en ti, y que ese mismo Dios está en mí.

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LA ÉTICA

Vestía larga túnica blanca que anudaba con un cinto de lino. Semejaba una de las estatuas de mármol situadas en el ágora del templo de Hades, camino de la escuela. Anduvo hasta el centro del escenario y se plantó, inmóvil, solemne. Sin preámbulo, su discurso tuvo vida:

—La ética es la expresión de las cualidades del alma en la vida diaria. Un mortal sólo puede manifestar el fundamento que anida en su interior. No esperéis nunca que un hombre traicione lo que es. ¿Acaso puede un pájaro renunciar a volar, o una madre negarle el pecho a su hijo?

Sócrates calló. Habían pasado 17 años desde su último discurso. En aquel tiempo yo era un niño y no pude escucharle, pero hoy los dioses me habían bendecido. De manera Leer mas

EL JAZMINERO

Cuando yo nací, una calurosa tarde de Julio de hace ya bastantes años, él ya era adulto. Crecí alimentado por los cálidos pechos de mi madre y por su dulce aroma. De niño, en verano, le miraba a través de la ventana abierta de mi cuarto. Hipnotizado por los arabescos de su sombra en la pared y por su penetrante olor, me sorprendía el sueño.

Al llegar el frío, él también dormía. Tal vez por eso el invierno es para mí un espacio de soledad y melancolía, al tiempo que de esperanza ante el retorno del amigo amado.

Su porte era alto y frondoso, el mayor que nunca vi. Llenaba todo el muro del patio, al fondo del jardín. Su estatus era de privilegio: en aquella corte de belleza multicolor, él era el rey. Al despertar, en primavera, su estampa eclipsaba al resto de plantas y arbustos.

De niño arrancaba sus flores y las trituraba entre mis manos para liberar el aroma cautivo. Con el paso de los años, como sucede con el amigo al que se ama, comencé a Leer mas

LA TORTUGA, LA HORMIGA, EL ÁGUILA, EL MONJE… Y JUAN

La tortuga avanzaba despacio,

su corazón no conocía la prisa.

La hormiga cargaba un enorme peso,

feliz lo llevaba al hormiguero.

El águila, que volaba en busca de comida,

serena y confiada oteaba desde la altura.

Juan andaba cabizbajo por el solitario camino. Hacía ya muchos años que una guerra se había llevado a su único hijo, y dos inviernos que la vida le había arrebatado a su mujer. Desde entonces el deseo de vivir le había abandonado: “¿Para qué luchar? ¿No sería mejor morir? ¿Acaso mi vida ha valido para algo?” Estas preguntas, y otras similares, eran sus fieles compañeras cada día.

En su andar y en su cavilar se cruzó con un monje, un hombre veinte o treinta años más joven que él. Juan y el monje se miraron a los ojos: unos ojos serenos y trasparentes, que reflejaban paz y Amor, miraban a otros ojos apagados y tristes. Ambos permanecieron un largo tiempo en silencio hasta que el monje, con voz cargada de respeto y Amor, comenzó a hablar:

“Juan, desde lejos te he visto andar por el camino, y mi corazón se ha llenado de alegría. He recordado cuantas Leer mas

EL BARCO PIRATA

Hace años, las películas con historias de piratas componian un género que gustaba a mucha gente, pequeños y mayores, hombres y mujeres, pues los ingredientes que contenían eran universales: aventura, riesgo, tesoros, valor, intrepidez… Entre tantas aventuras, siempre había espacio para desarrollar una bonita historia de amor.

Muchas de estas películas tenían un elevado presupuesto, pues además de los costes del propio rodaje, los papeles protagonistas solían ser interpretados por actores y actrices muy conocidos, lo que añadía un atractivo más a la película y casi garantizaba su éxito de público y taquilla. Algunos tópicos se repetían película tras película. En varias de las que yo vi de joven, el capitán del barco pirata tenía una pata de palo y semejaba ser una persona muy violenta y feroz. Aunque a veces esa fiera máscara ocultaba una sensibilidad que se hacia patente cuando recordaba su niñez, o hablaba con su loro o de su hija, si ese era el caso.

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