Vestía larga túnica blanca que anudaba con un cinto de lino. Semejaba una de las estatuas de mármol situadas en el ágora del templo de Hades, camino de la escuela. Anduvo hasta el centro del escenario y se plantó, inmóvil, solemne. Sin preámbulo, su discurso tuvo vida:
—La ética es la expresión de las cualidades del alma en la vida diaria. Un mortal sólo puede manifestar el fundamento que anida en su interior. No esperéis nunca que un hombre traicione lo que es. ¿Acaso puede un pájaro renunciar a volar, o una madre negarle el pecho a su hijo?
Sócrates calló. Habían pasado 17 años desde su último discurso. En aquel tiempo yo era un niño y no pude escucharle, pero hoy los dioses me habían bendecido. De manera Leer mas