DOLOR, SUFRIMIENTO… CONCIENCIA

Vemos el significando de estos tres conceptos y cómo nos afectan a los seres humanos:

I.- Sentir dolor es algo natural en el planeta Tierra. El dolor lo experimentan las personas y los animales, parece ser que también el mundo vegetal, y quizás hasta la propia Tierra. Todos conocemos la misión que desempeña el dolor: es un medio de alerta que nos indica que hay algo que no funciona bien en nuestro cuerpo. Una vez que el dolor nos da la alarma ya ha cumplido su cometido. Entonces es el momento de buscar el modo de liberarnos de él.

II.- Aunque no nos guste ni lo deseemos, podemos aceptar que el dolor está a nuestro servicio, como fiel vigilante que nos avisa de una emergencia. Otra cosa bien distinta es el sufrimiento. Así como el dolor es una señal que presenta el cuerpo, el sufrimiento es un mensaje que emite el Alma. ¿Tiene alguna utilidad? Sí, pues la Vida no crea nada superfluo o sin sentido. Mediante el sufrimiento nuestra Alma nos avisa de que una determinada experiencia la estamos viviendo separados de la Vida. Se puede sentir dolor y no sufrir, al igual que se puede sufrir sin tener dolor.

III.- Podemos llamar Conciencia Infinita a la totalidad de la Conciencia que existe en la Creación. Igualmente podemos llamarle Vida con mayúscula (todo lo que sucede, todo lo que existe, todo lo que es), pues la Vida es la manifestación de esa Conciencia Infinita. (Cuando hablemos de vida con minúsculas, nos referiremos a la vida individual de una persona).

La Conciencia Infinita contiene, en grado máximo, todas las cualidades que existen, pues en ella todo es Perfección, Sabiduría, Paz, Unidad…, Amor. Dentro de esa Conciencia Infinita estamos los seres humanos. Con la cantidad de Conciencia que cada uno hemos logrado desarrollar (nuestra conciencia individual), es con la que respondemos a las experiencias que la Vida nos presenta.

En base a estos tres conceptos, dolor, sufrimiento y Conciencia, podemos ubicar a los seres humanos en tres grupos:

1.- El primer grupo está formado por las personas que viven sin tener en cuenta que la Vida tiene un propósito. Desconocen que su vida tiene como finalidad desarrollar las cualidades de su Alma, para así crecer en Conciencia y Amor. Las personas de este grupo experimentan dolor y sufrimiento. Sentirán sufrimiento, aunque no sepan el motivo, cada vez que su comportamiento sea contrario al propósito de la Vida.

2.- El segundo grupo lo integran aquellos hombres y mujeres que se han desgajado del grupo anterior, y dedican una parte de su tiempo y de su energía a desarrollar sus cualidades internas. Los componentes de este segundo grupo sienten dolor y también experimentan sufrimiento. (Dedicaremos casi todo lo que resta de artículo a hablar de este grupo).

3.- Existe, finalmente, un tercer grupo: el de los Seres que ya han activado el Amor en su corazón. Son los Maestros, los Seres realizados, los Seres de Amor. Ellos también pueden sentir dolor (así será mientras tengan cuerpo físico), pero no sufrimiento. El único objetivo de sus vidas es manifestar el Amor de la Conciencia Infinita, el Amor de Dios. De manera continua viven creciendo en Conciencia, llenos de paz, gozo y felicidad.

Las personas del segundo grupo nos asemejamos a náufragos que abandonan la seguridad de la isla conocida adentrándonos en un mar lleno de promesas, al tiempo que de peligros.

Un buen día, sin que sepamos la razón que nos impulsa a ello, iniciamos la travesía de ese ancho mar llenos de dudas, miedos e inseguridades. Por el camino nos iremos desprendiendo de todo ese lastre.

Experimentamos momentos de impotencia y desanimo, sintiéndonos a menudo perdidos en el inmenso océano. Nos parece que la barca va a zozobrar y que vamos a ser devorados por el mar. Surgen obstáculos que creemos insalvables, y el lamento y la queja se hacen compañeros de la travesía. Son momentos de sufrimiento y, en ocasiones, de profundo sufrimiento.

Entonces interviene la mente y aún agranda más esas dificultades: “Si yo me esfuerzo todo lo que puedo; si estoy comprometido con mis prácticas espirituales; si procuro no juzgar ni ofender… ¿Por qué tengo que sufrir? ¿Por qué esta enfermedad? ¿Por qué no tengo dinero, ni pareja? ¿Es que no lo hago bien? ¿Aún he de sufrir más? ¡No hay derecho a lo que me está pasando! ¡Esto es injusto, no lo merezco!…”  A menudo nos parece que todo está al revés, que todo funciona mal.

Seguimos así un tiempo que nos parece eterno, hasta que llega el bienaventurado día en que aparecen las gaviotas. Emitiendo sus graznidos por encima de nuestra barca, nos anuncian la buena nueva: el final de la travesía está cercano. Aún nos queda un trecho para llegar a puerto, pero ya todo es diferente: lo que antes veíamos como un obstáculo, ahora se torna un amigo que acude en nuestra ayuda; el mar, antes encrespado y amenazador, se convierte en un fiel aliado; el sufrimiento, asiduo compañero hasta entonces, se aleja y desaparece.

Sabemos y sentimos que estamos al final de la travesía, de esa gran aventura que todo ser humano ha de emprender en algún momento de su vida, pues sólo de este modo podrá encontrar la paz que su Alma anhela. 

 

 

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Juan José

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