Sin apenas darse cuenta se había hecho mayor. El último verano había cumplido 48 años. ¡Cuántos años!, se decía. Mirando atrás en el tiempo se recordaba de niño, sin ninguna preocupación, solo jugar. Luego la pubertad, la pandilla, las chicas, la universidad, su novia, el trabajo, casarse, sus dos hijos, y de pronto ya tenía 48 años sin conciencia de haberlos vivido.
En algunas ocasiones —muy pocas en verdad—, se había preguntado dónde estaría Dios con la cantidad de cosas que estaban pasando. «¿Por qué no da la cara y pone orden? ¿Cómo permite que exista tanta gente egoísta, con malas intenciones?…». Pero esas preguntas apenas eran como los destellos de un relámpago: surgían con fuerza en su mente y pronto desaparecían.
Desde hacía casi siete años todo en su vida era distinto. Había tenido que afrontar una experiencia muy difícil que le llevó a estar un tiempo al borde de la desesperación. En los primeros meses que siguieron a su trauma necesitaba imperiosamente saber dónde estaba Dios. Unas veces para echarle en cara el terrible infierno que estaba viviendo. Otras, las más, para suplicarle que le ayudase en ese duro trance. Él, como contrapartida, Leer mas