EL JAZMINERO

Cuando yo nací, una calurosa tarde de Julio de hace ya bastantes años, él ya era adulto. Crecí alimentado por los cálidos pechos de mi madre y por su dulce aroma. De niño, en verano, le miraba a través de la ventana abierta de mi cuarto. Hipnotizado por los arabescos de su sombra en la pared y por su penetrante olor, me sorprendía el sueño.

Al llegar el frío, él también dormía. Tal vez por eso el invierno es para mí un espacio de soledad y melancolía, al tiempo que de esperanza ante el retorno del amigo amado.

Su porte era alto y frondoso, el mayor que nunca vi. Llenaba todo el muro del patio, al fondo del jardín. Su estatus era de privilegio: en aquella corte de belleza multicolor, él era el rey. Al despertar, en primavera, su estampa eclipsaba al resto de plantas y arbustos.

De niño arrancaba sus flores y las trituraba entre mis manos para liberar el aroma cautivo. Con el paso de los años, como sucede con el amigo al que se ama, comencé a acercarme a él con agrado y con respeto. Únicamente recogía las flores caídas en el suelo y, tras olerlas, las depositaba de nuevo en la tierra.

Me gustaba acariciarle, rozar sus hojas y flores con la yema de mis dedos. Él me retribuía con su más valioso tesoro, y así durante un tiempo mi mano quedaba impregnada por su olor. Puede sonar extraño para el que no lo conoció, pero en ocasiones me he preguntado si pude estar enamorado de él.

Hace ya bastantes años que no está con nosotros. Solo sé lo poco que me contaron. Mi casa, en la que nací y fui creciendo en su compañía, desapareció devorada por la furia de la construcción, y con ella el jardín. Una máquina feroz, sacada tal vez de la “guerra de las galaxias”, destrozó a mi amigo. Puedo dar fe, y comprometo en ello todo mi crédito, que de estar yo allí no lo hubiese permitido: un rey tiene derecho a una muerte noble.

Desde entonces le rindo tributo, y cada vez que veo a uno de sus hermanos, me detengo, entro en el santuario de mi corazón y pido al Padre que acoja a mi compañero junto a Él y le cuide.

Así, cuando llegue el momento de marcharme, lo haré con la ilusión de reunirme con mi amado amigo, el jazmín.

 

 

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Juan José

4 comentariosDejar un comentario

  • Tierno…dulce…belleza y sobre todo lleno de muchisimo Amor…
    Gracias por compartirlo!!
    Que el sol eterno resplandezca sobre todos los seres, que nos rodee el amor y que la luz pura de nuestro interior nos guie en el camino…
    Un abrazo de Amor Incondicional…
    Luna

  • Mil gracias por esta bella y tierna historia de amor… Me encantan las plantitas, siempre les platico y las cuido.

    Bendiciones

  • QUE BELLA HISTORIA,ES CURIOSO PERO YO TAMBIEN COJO RAMILLETES DE JAZMIN,ENFRENTE DE CASA HAY UNO QUE TIENE BASTANTES AÑOS Y ME ENCANTA SU AROMA,GRACIAS POR TUS PALABRAS,

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