L A  N A D A

NUEVAMENTE SE PRESENTA EL ÁNGEL

Es otoño, tiempo de cosecha. Me hallo en un terreno abrupto y de difícil acceso, sentado en la tierra y con la espalda apoyada en una enorme encina salvaje. Mientras escucho el nostálgico trino de los colirrojos reales camino de África, el manso murmullo del viento apacigua mi mente. Es un territorio generoso en el que crecen de manera natural las encinas, los alcornoques y la paz. Cierro los ojos y permito que vaguen por mi mente hechos tristes y felices —más abundantes los primeros— de mi niñez, sin embargo pronto interrumpo ese desfile al sentir la presencia del ángel. Sin abrir los ojos le digo: “Adelante, Somiah, te escucho”.

Sin demora, el espíritu celeste comienza a hablarme:

—Me envía el arcángel Damohel. Mi misión consiste en conducirte junto a él, pero antes he de revelarte lo que es “la nada”, el lugar más singular de la creación. Al finalizar mi confesión permaneceré en silencio esperando tu respuesta. Si decides acompañarme te llevaré junto a Damohel, quien te comunicará el sentido de tu viaje y otros detalles que yo desconozco. Después te conducirá hasta la nada.  

LA NADA

Tras una breve pausa, tal vez para darme un tiempo de reflexión, prosigue:

—No es posible definir la nada; existe y no existe. Es un campo sin campo, un lugar sin lugar, un espacio sin espacio. Es tan grande como todo el universo y más pequeña que un átomo. En ella cabe todo, aunque nada alberga. Pese a contener los cuatro puntos cardinales, en la nada no hay norte ni sur, ni este ni oeste.

Yo le escucho con los ojos cerrados sin comprender muy bien lo que dice. ¿Por ventura puede existir un espacio sin espacio, o algo que sea inmenso y diminuto a la vez?

El ángel, ajeno a mis pensamientos, sigue describiendo la nada:

—Es única y múltiple; inalterable y cambiante; perpetua y efímera; ilimitada e inexistente. El sol no la penetra, y no obstante en ella hay luz y sombra. Sus habitantes son la forma sin forma y el sonido sin sonido.

Siento un impulso y le pregunto: “¿Es la nada la antípoda del Todo, del Absoluto?”. El ángel me responde:

—La nada no puede ser opuesta a algo, ya que es nada. No es el vacío, ni siquiera el vacío del vacío. Nadie puede penetrar en la nada, pero la nada penetra en ti.

—En su interior se puede llorar y reír, amar y sufrir. En la nada te sentirás cautivo, libre, oprimido y eterno. Es el más profundo pozo de tristeza y el más inmenso océano de alegría.

—Solo en la nada sabes lo que eres: todo, nada. Una hora en la nada equivale a un año de profunda quietud y meditación; un día a toda una vida; al segundo día la nada dicta sentencia: el ser entra en samadi permanente o muere, y entonces su alma habrá de vagar en busca de otro cuerpo para un nuevo ciclo de encarnaciones.

—Si logras penetrar en la nada —ya te adelanto que no es posible— se te manifestará tu propia esencia. Nada más te puedo decir.

Somiah calla, y ambos permanecemos en silencio. Desde que tenía 16 ó 17 años me propuse que mi paso por la tierra dejase una huella de amor, de compasión, de unidad. Ese compromiso aún resuena en mi interior. Abro los ojos, y con decisión cojo la mano que el ángel me tiende, comenzando así la que es la gran aventura de mi vida.

EL ARCÁNGEL

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Luego de atravesar las nubes que envuelven la Tierra y tras recorrer una porción del universo infinito, nos detenemos en un espacio etéreo frente a una figura majestuosa dotada de una aureola verde esmeralda. Su rostro inspira confianza, y sus ademanes y palabras son sencillos y amigables. Primero se dirige a Somiah, y tras agradecerle su ayuda, le dice que le avisará cuando sea el momento de retornar a la tierra. El ángel se despide de mí con una ligera sonrisa, y elevando el vuelo desaparece.

Después, el Arcángel me mira a los ojos y anuncia: “Soy Damohel, tu amigo”. La dulzura de su mirada me recuerda la de mi madre cuando yo, con apenas 4 ó 5 año, le abrazaba diciéndole que la quería más que al mar, la luna y al sol juntos.

El arcángel me revela que es el encargado de conducir a la nada a aquellos seres a los que el Padre Celestial siente preparados para ingresar en ella. Y añade:

Como ya sabes, ese lugar que llamamos la nada no existe. Juntos partiremos a recorrer las regiones más remotas del universo, hasta el momento en el que tú me señales la zona en la que he de dejarte. Así lo haré y regresaré a mi morada.

Yo me percibo algo agitado. Me parece que todo aquello se reviste de un misterio que dificulta la experiencia que voy a afrontar. Damohel capta mis pensamientos y responde a mi inquietud:

—Ni yo ni ángel alguno hemos estado en la nada, por lo que no puedo hablarte de lo que es desconocido para mí, pero sí puedo decirte lo que el Padre Celestial me ha confiado: el sentido de tu estancia en la nada es conectar con tu pureza.

LA PUREZA

Damohel, con la paciencia del maestro que le habla a un párvulo, continúa explicándome:

—Vosotros los humanos, cuando queréis expresar el valor genuino de algo, habláis en términos de pureza. Decís, por ejemplo, que el oro puro es de mayor valía que el oro aleado con otros metales; que un diamante sin impurezas es el de valor más elevado. También empleáis la palabra pureza para expresar el amor que atesora una persona. Con la expresión “tiene un corazón puro”, significáis que alguien posee un excelente nivel de amor.

 —Buda, uno de los vuestros, lo expresaba de una manera hermosa: «Pureza e impureza pertenecen a cada cual; nadie puede purificar a otro». Él comprendió que la pureza es un atributo del Ser, y que permanece en la persona más allá de sus acciones, pensamientos o deseos. Todo ha sido creado por Dios y contiene su misma perfección. Otra cosa bien distinta es el nivel de virtud que cada uno puede sentir y manifestar en un momento concreto de su proceso evolutivo.

El arcángel hace una breve pausa que agradezco, y prosigue:

 —La multitud de situaciones que experimentáis en el transcurso de vuestras vidas crea un velo que cubre la inocencia que os constituye hasta llevaos a pensar que no existe en vosotros o que está en pequeño grado. Llega un momento, diferente para cada ser, en el que éste sospecha que nada de lo que encuentre fuera de él puede añadirle valor. Cuando ese presentimiento se convierte en total certidumbre, el Padre le invita a penetrar en la nada para así poder averiguar qué nivel de pureza manifiesta.

—Tras la visita de cada alma a la nada, Dios penetra en ella y la devuelve a su estado original, sin ningún tipo de energía. Por tanto es un lugar del que no es exagerado decir que está habitado por la nada.

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PENETRO EN LA NADA

En ese instante le interrumpo al sentir que hemos llegado. Él suelta mi mano, y con un “te amo” a modo de despedida, se marcha. Es una región del espacio parecida a otras muchas por las que hemos estado volando, pero sé que es aquí donde he de vivir mi experiencia.

No hay árboles, ni ríos, ni pájaros; tampoco cuerpos celestes o algo que resalte; estoy solo, envuelto en la nada. Permanezco expectante, alerta a lo que pueda sucederme…

Deseo desplazarme pero las piernas y los brazos no me responden: no puedo moverme, ni hablar, ni mirar… Siento como mi cuerpo se va descomponiendo poco a poco hasta que solo queda de mí un punto de conciencia, sin ojos, sin sentidos, nada. El temor quiere invadirme y me digo que he de respirar para calmarme, pero ¡no puedo! ya que no tengo nariz para inhalar, ni pecho, ni pulmones.

Desesperadamente busco algo para tranquilizarme, aunque ya no tengo referencias al no existir tiempo ni espacio a los que aferrarme. Y todavía quedaba algo por llegar: siento como ese punto de conciencia en el que me he convertido comienza a disolverse y a expandirse por el Universo. No hay nada que me haga sentir un organismo, una unidad. Me disgrego, desaparezco, no existo…

Así transcurre un tiempo sin medida, hasta que nace un imperceptible punto de luz en la nada. Ese punto se va haciendo mayor y tomando la forma de una esfera dorada, como un pequeño sol del que brotan rayos en todas direcciones. El diminuto astro crece en tamaño y fulgor y me percibo en él: es de mi corazón desde donde surgen rayos de luz blanca de una extraordinaria pureza que escapan de la nada y viajan hasta la Tierra.

Al momento me encuentro fuera de la nada, flotando en el espacio, seguro, confiado, feliz. A una cierta distancia frente a mí se halla Él, el Creador. Sonriendo y sin palabras, me trasmite que tiene un regalo para mí: me muestra los rayos de amor que nacen de su corazón y veo que se confunden con los que salen del mío. Entonces, acrecentando su sonrisa, me dice:

—Has llegado. En tu pureza está todo, pues ella no contiene nada, y esa nada es todo. Te pido que te unas a Mí para, juntos, ayudar a mis amados hijos, tus hermanos de la Tierra.

A lo lejos percibo el vuelo armonioso de mi amigo Somiah…

 

 

 

 

 

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Juan José

2 comentariosDejar un comentario

    • Gracias por tu comentario. Seguro que no somos solos tú y yo las personas que sentimos de este modo. Es indudable que en la tierra hay ya un número elevado de seres humanos preparados para vivir en una sociedad diferente en la que la libertad de cada ser en su proceso espiritual, el sentimiento de unidad con los demás y el sentir genuino de que Dios habita en nosotros, sean los pilares de nuestra vida.

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