En el artículo anterior recordamos que el objetivo esencial de la humanidad es llegar a transformarse en una gran familia que vive en armonía. Añadíamos que ese es el propósito más noble y valioso que podemos imaginar.
En el sistema de convivencia actual el desacuerdo y la confrontación son frecuentes entre los seres humanos. Partiendo de esta realidad, ¿cuál es el obstáculo fundamental que impide crear una sociedad en la que sus miembros se sientan bien colaborando en proyectos comunes?
El inconveniente principal es siempre el ego de las personas. Cada ser mira esencialmente para sí mismo. En el vocabulario corriente empleamos con frecuencia las expresiones mi tiempo, mi dinero, mi esfuerzo… ¿Por qué no decir nuestro tiempo, nuestro dinero, nuestro esfuerzo?
Cuando una persona va desarrollando sus cualidades internas (su nivel de conciencia), ya le resulta natural hablar en plural incluyendo a otros. ¿Cómo se da este paso? Para integrar a otros en nuestra vida hay que hacerlo sin esperar a que brote ese deseo, pues la demora podría ser larga. Se inicia la colaboración y el servicio a los demás con la confianza de que se hace lo adecuado, como una especie de experimento. Esta decisión no se toma desde la mente sino desde el alma, y pronto se empiezan a cosechar los primeros frutos.
Recordamos el hermoso sentimiento de gratitud que nace en nosotros al ser ayudados en una situación difícil. Una vez que se adopta esa conducta de apoyar a quien está en apuros, uno se da cuenta de que no deja de atenderse a sí mismo al ocuparse de las necesidades ajenas. La persona que persevera en este comportamiento de acercarse al que lo necesita, siente la misma satisfacción del que recibe la ayuda. Además, el servicio desinteresado proporciona una gratificación similar a la que se experimenta al atender un problema propio.
Todo lo expresado hasta ahora corresponde a un determinado nivel de conciencia. A partir de aquí y hasta el final del artículo vamos a considerar estas ideas desde un nivel de conciencia más elevado.
En la etapa actual, cuando brindamos apoyo a una persona pensamos que le estamos haciendo un favor, y en parte es así. Sin embargo, si la motivación que nos induce a auxiliarla surge del corazón, el favor también es para nosotros. Esa persona es necesaria para activar nuestra generosidad, pues de no ser así ¿cómo podríamos llegar a ser generosos? También es esencial para desarrollar cualquier otra facultad como la compasión, la solidaridad… ¿De qué manera podremos perfeccionar las cualidades latentes si no encontramos en el camino a alguien que necesite de ellas? Al ver con esta nueva conciencia la ayuda que prestamos a otros, el progreso interior es rápido y profundo.
Vivir en armonía con los demás es un objetivo básico e imprescindible, pero es solo un peldaño de la escalera que nos lleva a la meta final: sentir que somos amor. Aunque este amor del que aquí estamos hablando es difícil de definir, vamos a intentarlo mediante un símil. Al igual que a una moneda la completan sus dos caras fundidas en total unidad, el amor tiene dos aspectos básicos que, unidos en comunión, lo constituyen.
En el instante en el que una persona siente el amor desaparece su personalidad y su lugar es ocupado por un estado de paz y dicha permanente, inalterable y siempre creciente. Este es un primer aspecto o cualidad del amor.
El segundo aspecto se define con una palabra sencilla: unidad. Unidad con todo y con todos. La persona vive en continua comunión con sus hermanos y con la tierra, al tiempo que se sabe parte de la creación.
El ser humano alcanza este elevado grado de amor al completar su ciclo de aprendizaje en el planeta; en las esferas superiores de conciencia se le denomina “amor planetario”. El ser que desencarna tras alcanzar ese nivel tiene ante sí dos opciones. La primera es volver a vivir un cierto número de veces en la tierra en un cuerpo físico para compartir con otros seres humanos lo que ya ha desarrollado. En cada momento de sus siguientes vidas humanas continúa sintiendo el amor que ya es.
Una segunda alternativa que se le presenta a este ser, ya iluminado, es la de ascender a planos de más alta vibración para seguir incrementando su amor. Entonces ya no precisa de un cuerpo físico y utiliza su cuerpo de luz.
Este es el luminoso futuro que nos aguarda. ¿Cuál es el límite de nuestro crecimiento en amor y luz? No hay límites, al igual que no los tiene la Conciencia Infinita de Luz y Amor que nos ha creado.
Excelente enfoque y expresión.
Excelente comentario. Un abrazo Carlos.
Muchas gracias Juanjo..!! Asi es..!!
Juani, gracias por añadir tu apoyo a las ideas que se exponen en la entrada. Un abrazo, JUANJO