El objetivo esencial de la humanidad es llegar a transformarse en una gran familia que vive en armonía. Este es el propósito más noble y valioso que podemos imaginar. A partir de ese momento cada integrante de la familia humana aporta lo mejor de sí con objeto de hacer realidad los fines comunes. En primer lugar satisfacer las necesidades básicas de alimentación, salud, vivienda, protección y libertad. Después los recursos compartidos se utilizan con la intención de que cada miembro pueda desarrollarse en los planos laboral, cultural y creativo. Todo este proceso se lleva a cabo al mismo tiempo que se fomenta el afecto y la comunicación entre los individuos del grupo.
El que los componentes de la familia hablen entre ellos de sus preocupaciones y anhelos fortalece sus vínculos de manera significativa. Cuando uno comparte con los demás sus ilusiones y sus temores y cómo se siente, contribuye a crear confianza y unidad, lo que no impide que en el colectivo puedan existir divergencias en el modo de pensar o en la forma de abordar un problema común. Esas diferencias no tienen porqué desaparecer, pero pierden su fuerza separadora cuando se comunican a los demás con un sentimiento de respeto y afecto hacia ellos.
Para que la familia pueda progresar manteniendo su unidad, cada partícipe entrega al conjunto lo mejor de sí, pero no lo mismo todo el mundo. Uno podrá aportar como cinco y otro como diez, pero una auténtica comunidad no juzgará las cifras y sí apreciará que todos ellos han colaborado con lo mejor que saben y pueden. Es natural que se aplique este criterio puesto que todos no tenemos las mismas capacidades, y por esta razón no es posible esperar de cada persona idénticos resultados.
En estos momentos en los que carecemos de un prototipo que nos sirva de modelo para crear la nueva sociedad, el ejemplo de una comunidad que vive en armonía es un buen espejo. Este tipo de organización puede satisfacer las necesidades de sus miembros aspirando a ser como una gran familia, sin la obligación de que todos piensen del mismo modo ni que posean los mismos ideales, pero sí es imprescindible que cada uno respete a los demás aunque los vea diferentes a él. La diversidad en una sociedad es su riqueza.
Todos buscamos la felicidad y pensamos que para lograrla tenemos que poseer abundancia de bienes materiales, incluso llegar a ser ricos. ¿Por qué no nos detenemos un instante y miramos qué cualidades poseen los que son verdaderamente felices? Descubriremos en ellos el elevado nivel de paz que han alcanzado; el aprecio que reciben de la gente de su entorno, y la naturalidad con la que ayudan a otros. También nos daremos cuenta de que poseen una mirada limpia y un punto de nobleza en cada uno de sus gestos y palabras.
Estas cualidades que hacen que alguien se sienta pleno son independientes de su riqueza o pobreza. Cualquiera puede desarrollarlas sin que le condicionen su posición social, sus capacidades intelectuales u otros factores. Surgen del interior de la persona en la medida que honra a los demás y colabora con ellos; y de manera muy especial cuando uno se respeta a sí mismo, único modo de sentirse en paz y ser feliz.
Gracias Juanjo por tu colaboración con la Humanidad, tu aportación con tus reflexiones sabias y por Ser un ejemplo personificado de Respeto.
Juani, gracias por poner tu energía al servicio de una bella causa, como es que los seres humanos seamos capaces de vivir como hermanos en una familia de colaboración y paz. Un abrazo. JUANJO