La humanidad vive momentos difíciles. Esto es conocido por todos nosotros y ya ha ocurrido otras veces en la historia del ser humano. En el pasado hemos sufrido diversos acontecimientos que causaron un fuerte impacto y alteraron intensamente el modo de convivencia establecido. Recordemos las dos guerras mundiales, la pandemia originada por la peste negra, y otros sucesos más.
Después de cada una de esas tragedias, con mayor o menor esfuerzo, los seres humanos retornamos al esquema de vida existente antes de esa situación adversa: Igual sistema económico; idénticas relaciones sociales; mismo trato al mundo animal, a la tierra, a sus recursos, etc. Es decir, ninguno de esos sucesos impactantes que tanto sufrimiento había provocado logró tocar el alma de las personas con la profundidad suficiente como para motivarlas a un cambio de vida.
Existe una gran diferencia entre las crisis anteriores y la que ahora vivimos. La actual es una crisis que anuncia el final de una larga etapa del proceso evolutivo humano. Tras ella nada volverá a ser como antes.
A lo largo de nuestro desarrollo en este planeta experimentamos infinidad de vivencias sin tener conciencia de nuestra naturaleza divina. Las afrontamos de modo instintivo, al tiempo que nuestra alma extrae de cada una de ellas la sabiduría que contiene. En breve, y a distintos niveles según las diferentes personas, este conocimiento va a hacerse consciente en cada uno de nosotros.
La primera consecuencia del despertar a esa sabiduría va a ser el compromiso de un significativo número de seres humanos con la tarea de crear los cimientos de un nuevo modo de convivencia. Entonces la humanidad podrá cumplir su destino aquí en la tierra: Constituir, en unidad, la gran familia humana.