Cuando se produzca el despertar colectivo humano cada uno será guiado por su naturaleza divina, al tiempo que su naturaleza humana irá perdiendo protagonismo de forma progresiva y apreciable.
¿Es posible conocer ahora, en estos momentos previos al despertar, alguna de las cualidades de la esencia divina que nos constituye?
Es muy significativo que hablemos de “nuestra” naturaleza, reconociendo de este modo que ya la poseemos aunque aún no seamos conscientes de ello.
Al centrar la búsqueda en el interior y dejar de hacerlo fuera lo primero que surge es un profundo sentimiento de respeto, admiración y amor de cada uno a sí mismo al reconocerse como portador de un gran tesoro. Uno se convierte en su mejor amigo y se percibe más completo y capaz de hacer muchas cosas beneficiosas para su proceso evolutivo y el de otras personas.
Todas estas consecuencias brotan desde la humildad, pues el que ha despertado sabe que los demás poseen la misma riqueza que él, y que por esa razón ningún ser humano es de mayor o menor valor que otro.
Venimos aquí para expresar los atributos principales de nuestra fuente, el creador, como son el amor y la unidad con la tierra y todo lo que alberga. Comenzamos el proceso con humildad, partiendo de cero, no como seres extraordinarios. En primer lugar desarrollamos cualidades humanas básicas como el amor a la familia y a los amigos; gratitud a quien nos ayuda en una situación de apuro; tolerancia y respeto al que es diferente…
Entre tanto el alma se hace más sabia con las múltiples experiencias que vivimos en cada vida. Llegado el instante de despertar es cuando esa sabiduría nos ayudará a darnos cuenta de que la plenitud, que durante tantas vidas hemos buscado, siempre estuvo en nosotros.
La esencia que nos constituye no es exclusiva del ser humano, sino que es la expresión en la tierra de la energía divina creadora. Nosotros somos parte de ella y no hemos venido a dominar el planeta, sino a compartir desde un sentimiento de respeto e igualdad con todo lo que en él existe.
