En el ser humano existe una doble naturaleza, física y divina. La dimensión física es limitada, y en ella englobamos, además del cuerpo terrenal, todo aquello que de algún modo puede ser percibido con la mente o con los sentidos, como sus acciones y palabras. Asimismo corresponden a este ámbito material los pensamientos, emociones y sentimientos, ya que tienen un reflejo en el cuerpo físico.
Por ejemplo, cuando sentimos una emoción, y más si es intensa, el ritmo cardíaco puede verse alterado. De manera similar, al experimentar un pensamiento de paz las ondas cerebrales alcanzan estados de armonía. Todo esto corresponde a nuestra dimensión material, expuesta aquí de un modo muy sencillo al ser algo que todos conocemos de sobra.
También gozamos de naturaleza divina, lo que significa que poseemos las perfecciones que son inherentes al creador, como su sabiduría, su amor… Dicho de otro modo, el ser humano es una extensión de la esencia infinita del propio creador.
Esta naturaleza divina del ser humano, su condición espiritual, no se puede percibir a través de los sentidos o de la mente. No es cuantificable, ni medible, ni apreciable. Tampoco se puede acotar al ser ilimitada e infinita. Estos adjetivos tan extraordinarios que estamos utilizando pueden llevarnos a dudar: Yo, que me siento limitado y muy poca cosa, no puedo ser algo tan grandioso, ¿realmente tengo esos atributos? Sí, aunque en este momento del desarrollo humano esa realidad divina está velada para cada uno de nosotros, excepto en contadas excepciones.
Próximamente, con el despertar de la humanidad, comenzaremos a tener conciencia de nuestra esencia divina, al principio solo a un nivel básico. Desde ese momento todos los esfuerzos del proceso evolutivo tendrán como única meta alcanzar el estado de lo que verdaderamente somos. Nuestro componente material se irá integrando en ese estado y las respuestas que demos a las situaciones que la vida nos presente procederán de nuestra naturaleza divina.
Estos logros serán fruto de un avance que viviremos en varias etapas, pero ya desde los primeros momentos será un proceso muy notable comparado con la percepción actual de nuestra dimensión divina, que para muchos de nosotros es escasísima, cuando no nula.
Al igual que han existido en el pasado, actualmente hay seres humanos que manifiestan un alto grado de divinidad con sus acciones y palabras y en cualquiera de los aspectos de su vida. Ese es nuestro destino.