¿EN QUÉ EMPLEA DIOS SU TIEMPO?

Desde la antigüedad los seres humanos hemos tenido la costumbre de agradecer y bendecir. En tiempos de peligro o escasez, nuestros antepasados se dirigían a Dios rogando su ayuda y mostrando gratitud cuando la petición era atendida. Se honraba la salida del sol cada día, la lluvia favorable, la cosecha abundante, los animales, la comida en la mesa, la familia…

En libros y películas que relatan historias de épocas pasadas es frecuente encontrar escenas en las que un padre, poniendo las manos sobre la cabeza de su hijo, le habla de esta manera: “Amado hijo, tienes mi consentimiento para dejar el hogar y partir en busca de una vida mejor de la que yo puedo ofrecerte. Mi amor te protegerá para que ningún mal pueda sucederte. Ve en paz; yo te bendigo».

Esta hermosa práctica de bendecir parece próxima a desaparecer, aunque todavía restan ocasiones en las que perdura: en ciertos oficios religiosos el pastor bendice a los fieles; hay familias en las que aún se conserva el hábito de agradecer los alimentos antes de comenzar a tomarlos; en determinados actos oficiales, como la botadura de un buque o la inauguración de un edificio singular, el capellán los consagra; en algunos pueblos y ciudades todavía se mantiene la tradición de llevar los animales a la puerta de la iglesia el día de San Antón (19 de enero) para que el oficiante los bendiga… Pero cada vez más esta usanza se está convirtiendo en algo testimonial.

¿Desaparecerá totalmente este excelente hábito? ¿Amanecerá el día en el que ninguna persona bendiga a sus hermanos? Lanzamos una llamada de socorro para que eso no ocurra…

El cielo nos responde:

969032_380724772035968_930425597_n«Yo, vuestro Padre Celestial, os bendigo desde aquella lejana época en la que dejasteis mi compañía para, libres, buscar vuestro destino. Cada día, en la madrugada, digo al sol que se eleve y os acompañe toda la jornada. Desde esa temprana hora yo os custodio.

»Comienza el día y mi bendición os ampara: a los que partís camino de la oficina, el taller o el campo; a los que abandonáis vuestro hogar en busca de trabajo; y también a aquellos que salen a la calle con la intención de engañar a sus hermanos en tal de obtener algún beneficio.

»Transcurrida la mañana hacéis un descanso para comer, momento en el que santifico la comida que tomáis y a cada uno de vosotros.

»Por la noche, cuando llega la hora del descanso, acojo y deseo buenas noches a los que me rezáis y felices conciliáis el sueño, al igual que cuido al que me ignora o al que triste y preocupado permanece en vela.

»En ello ocupo mi tiempo: bendigo al pacífico y al violento; al trabajador y al ocioso; al virtuoso y al injusto; al que me alaba y al que me censura, a todos mis amados hijos sin excepción.

» ¿Sabéis por qué os bendigo?… A lo largo de mi eterna existencia sin principio ni fin me he propuesto numerosas metas, y aunque algunas de ellas han supuesto retos extraordinarios incluso para mí, todas las he logrado excepto una, la que me haría más dichoso: tengo la secreta ilusión de que un día, al despertar, os bendigáis los unos a los otros con el mismo amor y júbilo con el que yo lo hago».

Vuestro Padre Celestial.

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Juan José

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