Hace unos años le decía yo a la mamá de mi mujer que el tiempo pasaba muy rápido, que los días se escapaban y me quedaba con la sensación de no haberlos vivido. Ella siempre me respondía lo mismo: “Cuando seas mayor te parecerá que el día se junta con la noche”. Han pasado los años y puedo decir que tenía razón, que el tiempo corre veloz.
Imagino que muchos pensamos de este modo: “Si el tiempo pasa rápido, también mi vida pasa rápida”. Estas reflexiones nos valen para que podamos plantearnos una de las preguntas más importantes de nuestra vida. Para conocer la respuesta tenemos que escuchar a nuestro corazón.
¿Y si estuviese en nuestras manos incrementar el número de años que aún nos queda por vivir?… Muchos diríamos que cuantos más años mejor. Esta respuesta parece coherente, pues supone seguir más tiempo con los nuestros, hacer más cosas, atrasar ese momento de la partida que nos provoca tanta incertidumbre…
Aunque, ¿hemos reflexionado sobre cómo viviremos esos años? Veamos:
– Un cierto número de años vividos con paz y serenidad, posiblemente sea mejor que un mayor número de años sintiendo temor o estando muy inquietos y alterados.
– Vivir siendo feliz y haciendo felices a otras personas, parece preferible a vivir más tiempo pero en conflicto con nuestros familiares y amigos, haciéndoles sufrir o causándoles tristeza.
– Una sola hora vivida sintiendo alegría, gratitud o amor en nuestro corazón, parece mejor elección que muchas horas de rencor o desamor.
Lo importante no es el tiempo que aún hemos de permanecer aquí, sino lo que hacemos durante ese tiempo. Podemos hacer una obra de arte de cada día, de cada hora que estemos viviendo, y así cuando nos llegue la hora de marcharnos ser personas de una gran serenidad y armonía, seres que vibren en amor. Sin duda que nuestro rostro tendrá cada día más arrugas, y que nuestro cuerpo se irá deteriorando con el paso del tiempo, ya que ese es el proceso natural de la vida, pero podemos ser cada día personas más serenas, sintiendo e irradiando a nuestro entorno la auténtica belleza, la que surge del amor que somos en nuestro corazón.
Para lograr la la armonía y la belleza interior de la que hablamos, basta con que seamos fieles a esta idea:
“LO MÁS IMPORTANTE EN NUESTRA VIDA, SIN EXCEPCIÓN, SON SIEMPRE LAS PERSONAS»
Con relación a los demás, el objetivo de nuestra vida ha de ser siempre el mismo: respetarles, agradecerles, ayudarles, escucharles, acompañarles… No importa que estén nerviosos y digan o hagan algo inadecuado; ni que no entendamos los motivos por los que hacen eso que nos parece tan absurdo; ni siquiera es importante que sintamos que en nuestras relaciones nosotros ponemos mucho y ellos poco; ni que recordemos que en el pasado nos ofendieron… Nada de eso importa.
Si vivimos siendo fieles a ese compromiso de darnos lo mejor a nosotros y a los demás, seremos cada día más felices y sentiremos como brota en nuestro corazón un manantial de paz y serenidad. El guía sabio que hay en el interior de cada uno de nosotros nos da siempre lo que es justo y nos corresponde, y por eso cuando somos egoístas o dañamos a otro nos sentimos inquietos e infelices, mientras que cada vez que damos lo mejor nos sentimos en paz y felices.
Cuando se presenta una situación difícil, las personas que mejor saben afrontarla y que son de la máxima ayuda para los demás, son las que tienen una mayor paz, serenidad y fuerza interior. ¿Podemos hacer algo para desarrollar estas cualidades? Algunas ideas:
a) La fuerza interior de la que aquí hablamos es distinta de lo que normalmente se entiende por una persona fuerte. Hay una creencia muy extendida de que una persona fuerte es aquella que se muestra con gran carácter, inflexible, que cree saber siempre como deben ser las cosas, que incluso ataca a otros y se sale con la suya. Muchas personas inseguras se muestran de ese modo para que no se les note su temor y debilidad.
La persona con auténtica fuerza interior es dulce y sensible. Dice las cosas sin agredir, sin ofender, sin imponer. Y lo hace así porque se siente segura y no necesita presionar o manipular a los demás. Es tolerante, dialogante y flexible. Como no se siente herida por las opiniones contrarias, no tiene necesidad de herir ni de ofender. Reconoce cuando se ha equivocado, y con naturalidad le da la razón al otro.
Todo esto nos proporciona ya una buena pista sobre qué hacer para que brote nuestra fuerza interior, nuestra serenidad: decir las cosas bien, atender las razones del otro, ser flexible, llegar a acuerdos, agradecer, disculparnos, reconocer los aciertos de la otra persona…
b) Crece también nuestra paz interior y nuestra fortaleza interna cuando vamos desarrollando la capacidad de interesarnos de verdad por los demás, por ellos mismos como personas y no únicamente por lo que nos puedan dar a nosotros.
Cuando comenzamos a dar (al decir dar no me refiero a cosas materiales, aunque también las podemos incluir, sino principalmente a dar nuestro tiempo, comprensión, gratitud, interés hacia el otro, a sus planes, a sus ilusiones, a sus problemas…), sucede algo muy singular: cada día necesitamos menos. Cuanto más damos menos necesitamos, pues nos sentimos más plenos. Y así, levantándonos cada día con esa ilusión de compartir todo lo mejor y más hermoso que hay en nosotros, nos vamos sintiendo felices, serenos y en paz. Y ya sabemos que del corazón de una persona que vive en paz solo brotan bendiciones.
Todo lo que aquí se dice puede parecernos más o menos bonito o interesante, pero para que sea una realidad en nuestras vidas, tenemos que esforzarnos por alcanzar esos objetivos. Cada vez que se presente la ocasión hemos de mostrar nuestras mejores cualidades, pues al expresarlas se incrementan.
– Si alguien nos hace un favor, le damos las gracias, pero no de modo rutinario, sino sintiendo que la gratitud sale de nuestro interior, pues en esencia nosotros somos gratitud.
– Tal vez tengamos cerca alguna persona, y pasan los días sin que le digamos lo feliz que somos por que está junto a nosotros, o por que nos visita o nos llama. Puede que haga tiempo que no le decimos que la necesitamos, que la amamos. ¿A qué esperamos? ¿Alguien nos asegura que estará ahí mañana para decírselo entonces?
– ¿Y qué podemos hacer cada uno con nosotros mismos? Siempre lo mismo: sonreírnos, agradecernos, bendecirnos. Amarnos en todo momento, cuando lo hacemos bien y cuando nos equivocamos; por la mañana y por la noche; en invierno y en verano. Nuestro mayor tesoro somos nosotros mismos.
Todo parece apacible e infinito mientras navego por el río que fluye en calma, pero mi fino oído me advierte de las cataratas donde se abisman las aguas de mi conciencia. Cuán corto me resulta el viaje, cuán grande es mi desesperación, la caída es invencible y no sé nadar a tierra firme. Siento el aire entrar en mis pulmones, el sol bañar mi rostro, y un juego de reflejos de luz en la superficie se manifiesta como horda de ninfas que tienden la cerúlea alfombra hasta el portal de la muerte. Mientras, me entretengo decorando mi barca con las mejores galas, persiguiendo el sueño de un tesoro allá donde voy. El tiempo se acaba y solo espero que mi último pensamiento sea: Qué hermoso ha sido todo.
Gracias por escribir.
Acabo de encontrar y solo puedo decir que me ha parecido una bellísima, motivadora e inspiradora lecltura. Gracias por compartir e iluminar.
María José, gracias por interesarte por mi web y por tu comentario. Tus palabras resuenan en mí con la vibración de belleza y gratitud con que las has impregnado. Un cordial saludo. JUANJO