Hanti se lo había oído decir muchas veces al Maestro: “Lo que más feliz hace a una persona es servir a los demás”. La frase se le había hecho familiar, pero la escuchaba como si no fuese con él, como si el Maestro la dijese para los otros discípulos. A menudo se preguntaba: ¿Qué cualidades se han desarrollado en mí que me permitan ayudar? ¿Qué conocimientos tengo para poder compartirlos con otras personas? ¿Qué hay en mí que sea de utilidad a los demás?… Siempre, una y otra vez, todas esas preguntas quedaban sin respuesta.
Un día, por fin, se atrevió a preguntar al Maestro: “Maestro, tú dices que la mejor tarea es la de servir a los demás, sin embargo yo no me veo preparado, pues por mucho que reflexiono no encuentro en mí nada que entregar a otros”. El Maestro, como hacía a menudo, le puso la mano en el hombro, le sonrió y permaneció en silencio. Hanti sabía que debía ser paciente y esperar en calma, y que transcurrido un tiempo le llegaría la respuesta.
Pasados unos minutos, el Maestro retiró la mano del hombreo de Hanti, y sin dejar de sonreír, le dijo:
“En muchas ocasiones has visto a un agricultor sembrar sus campos. Antes de la siembra pasa varias semanas preparando la tierra, roturándola, abonándola, retirando de ella las piedras y todo lo que pueda entorpecer el germinar de las semillas. Luego llegan los días de lluvia y la tierra se empapa de agua, y es entonces cuando el agricultor, como el que realiza un acto sagrado, concentrado en su tarea, mirando recto al frente, repite una u otra vez, tal vez miles de veces en un día, el movimiento de su brazo para esparcir las semillas… Sí, en verdad que es una bella labor la del sembrador de cereales, para que las personas y los animales puedan alimentarse”.
El Maestro, que seguía sonriendo y mirando a los ojos a Hanti, continuó:
“Durante todo este tiempo en que he tenido mi mano en tu hombro, he recibido de ti un hermoso regalo, un regalo de tanto o más valor que todas las enseñanzas que yo te he trasmitido en los años que has permanecido junto a mí. He recibido de ti Paz, la paz que tú ya eres y trasmites. Y aunque ser sembrador de cereales es una hermosa y útil tarea, yo te digo que el mayor tesoro que podemos entregar a nuestro entorno, a las personas con las que convivimos o con las que nos relacionamos, es Paz. Ya sabes entonces, amado Hanti, la tarea que la Vida te tiene reservada: ser sembrador de Paz. Para ello nada extraordinario tienes que hacer, únicamente cuidar que tu corazón siga siendo puro, porque solo en un corazón puro germina la semilla de la Paz, que produce los frutos más preciados por todos los seres”.
El Maestro le miró amorosamente y, sin dejar de sonreír, prosiguió su paseo…
Gracias,Juanjo,que gran Verdad,que importante es tener paz,y la mejor almuada para dormir la conciencia en paz.un saludo.a los dos.¡¡yo tambien busco paz¡¡