La mayoría de nosotros vivimos en un mundo particular de alegrías y tristezas, de deseos y desencantos, de pensamientos y sueños. Cuando percibimos algo que sucede fuera de ese pequeño mundo que nos hemos creado, lo adaptamos a las ideas y esquemas que rigen en él. Así estamos dentro de una fortaleza rodeada de murallas, en la que vivimos separados de los demás y también de la vida.
Podemos cruzarnos por la calle con una persona que está sintiendo una gran preocupación y angustia, ya sea porque le han diagnosticado una grave enfermedad o porque acaba de perder a un ser querido, y aunque nuestros cuerpos pasen muy cerca el uno del otro, o se crucen nuestras miradas, no tenemos aún la capacidad de poder sentir su dolor, su desesperanza. Lo mismo ocurre en el caso de una persona que se siente muy alegre y feliz.
Un momento muy importante en nuestro proceso evolutivo es aquel en el que con nuestro cuerpo físico, con nuestras manos, al abrazar…, comenzamos a sentir las energías de las personas y de los lugares. Entonces podemos ampliar nuestro pequeño mundo y abrir la puerta del corazón a los demás y a todo lo que nos rodea. La compasión hacia el que sufre, y la participación de la alegría del que se siente feliz, están ya a nuestro alcance. Puede ser un momento mágico, un momento en el que empezamos a mirar de una manera distinta a los demás, a mirarles con los ojos del alma.Ese sentir físico es solo una parte del auténtico sentir. Cuando en una persona se activa el auténtico sentir, ella siente con su nivel más elevado de conciencia. Más allá de cualquier razonamiento o circunstancia, siente si algo es o no es. Con este sentir no físico, de su conciencia, la persona tiene la percepción absoluta de que una acción procede o no procede, de que la información que le llega es verdad o no lo es, de que en una situación se manifiesta un tipo de energía u otro diferente. Este sentir genuino se produce a un nivel sutil de conciencia. Y sutil no quiere decir suave o tenue, sino al contrario, pleno y total.
De este modo, con nuestra conciencia, es como sentiremos la sabiduría, el conocimiento, la verdad…, y el amor. Este sentir auténtico es el que ya muy pronto, en el Nuevo Tiempo, comenzará a activarse en muchas personas, y será de una gran ayuda para alcanzar el propósito de nuestras vidas: sentir que todos los seres humanos formamos una unidad dentro de otras unidades mayores.
Así sienten los seres realizados, los Maestros, los seres de Amor. Muchos de los descubrimientos de la ciencia actual ya eran conocidos por estos seres hace incluso miles de años. Ellos ya sabían, mucho tiempo antes de que nos lo confirmase la física cuántica, que todo lo que existe está entrelazado y es interdependiente, y que todo forma parte de una unidad de conciencia y amor. Que todo lo creado tiene la misma esencia, energía amor.
¿Qué podemos hacer para desarrollar el auténtico sentir? Lo primero sería derribar las murallas que nos separan de los demás. En varios artículos anteriores ya he compartido algunas ideas prácticas para lograr este objetivo. Brevemente recuerdo aquí algunas de ellas y añado otras nuevas:
— Una persona, igual que pide para ella pleno respeto, debe otorgarlo a los demás. Es una regla que no debe tener excepciones, pues la medida del amor hacia otro es justamente el nivel de respeto que le mostramos, más allá de que sus ideas o acciones no nos gusten o no las entendamos.
— Hemos de interesarnos por las otras personas por ellas mismas, al margen de que nos den algo o no. Nuestro esfuerzo ha de ir en la dirección de llegar a sentir que esa otra persona es tan importante como nosotros mismos.
— Todo lo que una persona piensa y opina es para ella su verdad en ese momento. Solo estando abierto a lo que expresa, puedo conectar con ella. El abrirme no significa que le de la razón, y quizás le diga que no estoy de acuerdo, pero se lo diré desde mi Ser al haberla escuchado con respeto y atención.
— Habrá ocasiones en que pensaremos que lo que dice la otra persona es un puro disparate, o que carece de interés y que por tanto no merece la pena escucharle. Estas son buenas ocasiones para practicar, pues suponen un reto importante. Así es cuando hablamos con niños, con personas que creemos que saben poco o que tienen escasa cultura. Cuando logremos escucharles con atención sin juzgarlas mentalmente, a menudo nos asombraremos al sentir la sabiduría que hay en toda persona.
— Hemos de habituarnos a expresar de palabra y con gestos la gratitud y el amor que sentimos por las personas que comparten su vida con nosotros, especialmente familia y amigos.
— Podemos abrirnos, con curiosidad, a otras opiniones o puntos de vista. No son las nuestras pero seguro que nos enriquecen. No digo que las aceptemos, aunque hasta que no las escuchemos sin juicio no podremos sentirlo. Nuestra sabiduría interior nos dirá qué hacer.
Al integrar estos comportamientos en nuestra vida, derribamos la muralla que nos separaba de los demás. Les abrimos las puertas de nuestra casa interior, de nuestro corazón, para que puedan sentirse a gusto, acogidos, amados. Y así iniciamos un camino que nos llevará a la meta que nuestra alma anhela: mirar en nuestra casa interior, en la morada de nuestro Ser, y ver que allí solo estamos nosotros, porque la distinción entre “el otro” y “yo” ha desaparecido para siempre. Entonces ya podremos pronunciar la frase que expresa que nuestro aprendizaje aquí en la tierra ha finalizado: “ Yo soy otro tú”.