Es difícil concretar desde cuando estamos en la Tierra. Según la ciencia, los fósiles más antiguos de Homo sapiens —nuestros antepasados— tienen una antigüedad de 200.000 años. Aunque sabemos muy poco de esa lejana época, podemos intuir que durante mucho tiempo las relaciones entre los humanos y con el resto de especies del planeta estaban condicionadas por los instintos, especialmente el de supervivencia.
Esos primeros tiempos de la humanidad debieron de caracterizarse por la ignorancia y el uso frecuente de la violencia para lograr los fines deseados. Por ejemplo, al encontrar un lugar cálido y protegido en una cueva, no teníamos reparos en arrojar fuera de ella a quienes la habitasen, aunque eso les condenara a morir de frio o por el ataque de depredadores o de otros seres humanos. No es exagerado decir que durante bastantes milenios vivimos de un modo similar a como lo hacen actualmente los animales en la selva, donde impera el instinto y la ley del más fuerte.
Desde la distancia nos parecen tiempos difíciles, pero era justamente la clase de vida que nos correspondía al estar en el inicio de nuestro proceso evolutivo y carecer de los mínimos condicionantes éticos o morales.
Hace aproximadamente 5.500 años surge la escritura. Desde entonces disponemos de una información más completa. Con el transcurso del tiempo los seres humanos fuimos desarrollando habilidades en áreas muy variadas. Para alimentarnos, además de la caza, la pesca y la recolección de frutos, comenzamos a cultivar la tierra y a criar animales; descubrimos cómo obtener fuego, trabajar algunos metales y fabricar utensilios cada vez más complejos. De este modo, progresando en la creación de bienes materiales que nos ayudasen a tener una vida mejor, prosiguió nuestro viaje.
Damos un salto en el tiempo y llegamos a la época actual. Para poder valorar nuestros logros en estos últimos ocho mil años, vamos a fijarnos en las tres áreas más significativas de la vida humana: la relación con los demás, con la Tierra y con uno mismo.
¿CÓMO ES LA RELACIÓN ENTRE LOS SERES HUMANOS?
Todavía existen guerras en las que luchamos unos contra otros. No hace mucho hemos vivido dos guerras mundiales con un elevado número de muertos y mucho sufrimiento y dolor. La magnitud de los arsenales de armas que hay en los distintos países, sobrecoge. Muchas de ellas, como las biológicas y las nucleares, tienen un gran potencial destructivo, y, aunque desborda nuestra capacidad de comprensión, se siguen destinando elevadas sumas de dinero a investigar con el fin de fabricar armas que tengan mayor poder devastador que las actuales.
Es cierto que guardamos las formas, pero no podemos decir que hemos avanzado en cuanto a sentirnos más unidos. Sigue existiendo discriminación, explotación y rechazo hacia numerosos colectivos en base a motivos que carecen de importancia, como pueden ser el lugar de nacimiento, las creencias, el color de la piel… Nos cuesta aceptar al que es diferente, incluso en los países que decimos más cultos y desarrollados.
¿CUÁL ES NUESTRA RELACIÓN CON LA TIERRA?
Aunque intentamos anestesiar nuestra conciencia asegurando que vamos a tomar las medidas adecuadas para dejar de contaminar la Tierra, esa no es nuestra verdadera intención. En vez de poner todo nuestro empeño en que vuelvan los lugares verdes que se han perdido, en recuperar las especies animales cuyo número de ejemplares es testimonial, y que nuestros hijos puedan respirar un aire más puro y saludable, lo que hacemos es auto convencemos de que necesitamos nuestros coches y que nuestros hogares y sus armarios estén llenos.
Nos falta voluntad para crear otro sistema que no sea tan nocivo para el planeta y la vida que alberga. Más aún, nos hemos convertido en esclavos de este modelo económico que contamina a unos niveles insostenibles. Ya estamos comenzando a sentir las consecuencias de nuestro egoísmo. En muchos lugares los veranos son más cálidos cada año. Por las noches resulta difícil descansar, y por el día cuesta trabajar o desplazarse de un lugar a otro. ¿Es ilógico imaginar un futuro cercano en el que en los meses de verano se alcancen temperaturas de 2, 3 o 4 grados más elevadas que las de ahora?
Si salimos a pasear por la naturaleza y permitimos que sea nuestra alma la que vea y escuche, sentiremos a los océanos sollozar en silencio; a los bosques pidiendo auxilio; la desconsolada tristeza de la atmósfera, y los ojos de los niños que, en su dulce pureza, miran angustiados el mundo que van a heredar de sus padres.
La Tierra vive apenada: sus amados hijos humanos la dejan de lado, la ignoran…
¿CÓMO ES LA RELACIÓN DE CADA UNO CONSIGO MISMO?
¿Está todo perdido? ¿Nos rendimos? A estas preguntas respondo con un no rotundo. Hace unos años pensé: Me estoy haciendo mayor y llegará el día de marcharme al otro plano, y desde él miraré las huellas que ha dejado mi paso por la Tierra. ¿Qué veré?, ¿qué me gustaría ver?… Tal vez aún esté a tiempo de cambiar y llegado el momento poder divisar algo diferente. Desde ese instante la palabra “basta” fue mi fiel compañera: basta de herir a los demás, de dañar, de contaminar la Tierra…
Durante una época fui leal a mi compromiso, pero esa palabra pronto se me quedó escasa, pues no reflejaba todo lo que estaba brotando en mi alma. Entonces la cambié por otra distinta, la palabra gracias, y comencé a decir gracias a la Tierra por ser mi hogar, gracias a las personas que me acompañan en mi camino y a las muchas que me han ayudado en tantos momentos de dificultad.
Así durante un tiempo, hasta que observé que mi alma sentía algo especial que ninguna palabra podía expresar: el profundo sentir de que soy uno con la Tierra, uno con los seres que la habitan. En ese instante me convertí en una bendición para la humanidad, para la Tierra y para mí mismo.