Los seres humanos disponemos de todos los atributos necesarios para afrontar cualquier acontecimiento que la vida nos presenta. En nuestro interior está la fuente de la que mana armonía, confianza, bondad, fortaleza, paz. Estas cualidades, y otras muchas, forman parte de nuestra naturaleza. Nada ni nadie nos las puede entregar, ninguna creencia o religión, ningún libro o conferencia, ni tan siquiera un ser de elevado nivel espiritual. Lo que sí pueden hacer estos medios es ayudarnos a comprender que ya poseemos esas facultades y la manera de sentirlas.
Imaginemos que tenemos una semilla del fruto de un nogal. En la naturaleza de esa semilla está el potencial para convertirse en un hermoso árbol que podrá dar frutos y albergar vida, insectos, pájaros, ardillas, etc. Para ello la nuez precisa de unas condiciones especiales como son un terreno fértil, agua y otros cuidados, pero el fruto no florecerá si lo mantenemos encerrado en un tarro de vidrio, impidiendo que germine y crezca.
Al leer lo anterior surge una pregunta, ¿cuál es la razón de que los dones que constituyen nuestra esencia permanezcan latentes y no podamos servirnos de ellos? Los obstáculos que les impiden mostrarse son nuestras acciones, palabras y pensamientos habituales. Comenzarán a brotar de modo sencillo cuando les facilitemos los medios que precisan para activarse.
Necesitamos introducir determinados cambios en nuestra vida para su desarrollo. Veamos algunas ideas que nos ayudan a esa trasformación:
a) En el mismo instante en el que comenzamos a ser auténticos y a confiar en nosotros, nace el potencial que nos constituye. Desde esa base sólida y real (ser auténticos y confiar) es posible cambiar comportamientos, hábitos y pensamientos. Todos entendemos que nada sólido y valioso se puede construir desde una base falsa.
b) Es necesario mirar de frente lo que nos sucede. Cuando la vida nos presenta una circunstancia difícil, al afrontarla desarrollamos una fortaleza que hasta ese momento desconocíamos. Por el contrario, al mirar para otro lado sin querer hacer frente a la experiencia, esta se vigoriza, al tiempo que nosotros nos empequeñecemos.
Muchos sentimos en nuestro interior el deseo de atrevernos ante cualquier situación. Ese deseo es ya parte nuestra, y al esforzarnos y aventurarnos logramos que se haga realidad.
c) Ante una experiencia difícil es natural que surja la queja. Este comportamiento puede ser incluso beneficioso al suponer un desahogo, pero aquí me refiero al hábito de quejarnos por todo, amargándonos a nosotros y a los que nos rodean, sin aprovechar las oportunidades que se puedan presentar. La queja nos debilita.
d) Respetar el modo de ser de los demás, aunque no nos guste o parezca absurdo, aviva las cualidades internas y nos alinea con la vida. Por el contrario, el ofender o descalificar a otras personas es un comportamiento que nos resta fortaleza.
e) Mentir a otros, y más aún a nosotros mismos, es un obstáculo insalvable para alumbrar lo que en verdad somos. Si nos habituamos a decir aquello que pensamos y sentimos, estamos expresando con la verdad lo que somos en ese momento concreto. Ese proceder activa nuestra autoconfianza y fuerza interior, pues nuestra esencia es la verdad. En cambio, al decir algo que no sentimos o que no pensamos, alimentamos la inseguridad y la debilidad interior.
Estos comportamientos, y otros más, ayudan a que se haga consciente el potencial que nos constituye, y así poder disponer de él en todo momento y situación. Nuestras cualidades no son como los trajes que guardamos en un armario, que según la ocasión nos vestimos con uno u otro. No se trata, por ejemplo, de que cuando nos corresponda ser bondadosos utilicemos el traje de la bondad, y que al finalizar la situación nos desprendamos de él.
Lo que aquí se dice es algo diferente que quizás se pueda ver con mayor claridad mediante un ejemplo más detallado: si una persona desarrolla la compasión (u otra facultad), esa cualidad la manifiesta en cada instante de su vida. Entonces no necesita decirse: “He de recordar que cuando vea a un ser que sufre tengo que mostrarme compasivo”. Su compasión —al activarla— es algo propio que la persona expresa constantemente en todo momento y situación, al igual que el fuego siempre trasmite calor y el sol luz.